1933 King Kong (King Kong) Merian C. Cooper & Ernest B. Schoedsack
Si las obras de
arte se miden por su impacto y posterior influencia, “King Kong” está sin duda
entre una de las primeras. No sólo por sus secuelas y remakes más o menos
acertados, sino por la cantidad de imitadores que ha tenido y sigue teniendo casi
80 años después de su estreno. Monstruos gigantescos aterrorizando una ciudad
nunca ha dejado de ser un tema recurrente en el cine. Especialmente, en Japón,
cuyo mejor ejemplo de cine basado en “King Kong” son las películas de Godzilla.
Pero en muy pocas
ocasiones, los monstruos protagonistas de esas imitaciones han conseguido
simpatizar tanto con nosotros como lo sigue haciendo el gran gorila enamorado y
arrancado a la fuerza de su hábitat hasta ser destruido.
Además, a pesar de
tratarse una película de serie B, en su día supuso un gran avance en el mundo
de los efectos especiales. El encargado de dar vida al gorila, Willis O’Brien,
fue el maestro de un joven que quedó prendado con la película y supo de
inmediato que quería dedicar su vida a eso, hasta convertirse en la gran
leyenda del stop-motion: hablo, por supuesto, de Ray Harryhausen.
La película tuvo
dos secuelas oficiales y varios remakes, los más conocidos son la genial versión
dirigida por John Guillermin en 1976 y el aburridísimo intento de Peter Jackson
de revivir a la bestia en 2005, las nuevas tecnologías digitales sólo
consiguieron traernos al King Kong menos creíble de todos.
“Fue la belleza la que mató a la bestia”. La
frase final de “King Kong” es el mejor resumen que se puede hacer de la
historia contada en la película.
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